miércoles, 26 de marzo de 2014

Desde el andén (narrativa, cuento corto)

De espaldas al andén, vacío de mortales, plagado de fantasmas que merodeaban sus recuerdos. En aquella antigua estación de su pueblito natal, entrada ya la madrugada, el deseo de encontrarla aceleraba los latidos de su viejo y endeble corazón... mientras que en el cielo amenazante que rugía y centelleaba, se dibujaban negras nubes de tormenta.

Uno podría adivinar su edad por sus pasos lentos, pausados, con un andar errante, como arrastrando su sombra. 
Situado en el instante de ese ayer que no cesaba de volver a su memoria, mirando aquel banco de madera, que dejaba entrever un arco iris de colores en sus descascaradas capas de pintura, allí, donde se había producido el primer y último encuentro... la vio.
Su tímida mirada posada en el suelo, sus pequeñas manos de puños cerrados, sosteniendo sus temores. Se acercó a ella y con la delicadeza de quien toma un pájaro con un ala rota, tomó su cara, incitándola a alzar la mirada. Sus ojos negros se clavaron en los suyos, haciendo que penetrara la melancolía hasta su alma, para perderse nuevamente en la nada, como si de pronto desapareciera en si misma.

El aprovechaba para observar su conocida y extraña belleza... podía dibujar cada gesto suyo, con solo cerrar sus ojos, había guardado cada rasgo en su memoria. La tristeza aparecía tatuada, como un estigma en su semblante. Rota por dentro, irradiaba soledad.




El la amó como nadie mas podría amarla, pero nada bastó para que sus heridas sanaran totalmente, solo había conseguido postergar por un tiempo su destino...y el de el.

Las gotas de lluvia ya caían en su rostro, empapado de lagrimas que se confundían con ellas. Con un sabor agridulce en sus labios, recordó sus besos y le dijo que la extrañaba. Ella, ausente, sin siquiera mirarlo, en ese mismo instante, se levantó..y se dirigió hacia las vías de ese tren fantasma.. arrojándose, en aquel macabro ritual que repetía cada vez. La vio volar por el aire, una vez mas, bajo las luces de aquel tren que la iluminaba, volviéndola etérea, casi un ángel, desvaneciéndose frente a sus ojos del ayer y absorbida por la oscuridad de la noche. Ni siquiera todo su amor había logrado arrancarla de las garras de sus demonios. 

Sintió un frío intenso recorrer su espalda.. Y supo que su martirio terminaba. El no había sido tan valiente... 
Llegada el alba, sentado todavía en su banco, de cara al cielo, un naciente arco iris parecía reflejarse en sus párpados muertos. El sol radiante iluminaba sus pálidas mejillas y una sonrisa postergada, aparecía por fin, dibujada en su rostro.

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